cortazar coleccionEl librero argentino Lucio Aquilanti, poseedor de la colección de piezas de Julio Cortázar más importante del mundo, acaba de completar su acervo de 850 libros, revistas y catálogos escritos por el autor de Rayuela, a partir del cual lanzará un libro bibliográfico, un volumen que hasta ahora no existe y que tendrá su correlato con una muestra en el Museo del Libro y de la Lengua.

La colección más grande del mundo de libros y primeras ediciones de Julio Cortázar está casi completa porque como dijo Aquilanti en diálogo con Télam: «Falta una sola cosa, pero no es importante, y alguna revista extranjera que no conozco. En realidad lo que falta es terminar el libro. Ahí estaría todo cerrado».

Este volumen, una bibliografía con biografía comentada con  escritos de Cortázar próxima a publicarse, fue un trabajo de cinco años en colaboración con Fernando Barea que Aquilanti concluyó esta semana. «Me consumió la vida», cuenta en su casa de Buenos Aires, en cuyo sótano guarda el acervo que juntó durante 25 años.

Como un signo espiral de la vida, este «cronopio» y anticuario finalizó una tarea que tuvo su germen hace treinta años. Mientras Cortázar moría en París, un Aquilanti de 14 años leía su primer cuento en la secundaria.

«La profesora de Literatura nos dijo «Vamos a leer a un autor muy importante que acaba de morir» y pensé: «¡Qué me importa!» Leímos «Casa tomada» y me quedé el resto de la hora colgado, mirando por la ventana y pensando en el cuento. Cuando llegué a casa, busqué y encontré Bestiario. Lo leí esa tarde, casi sin respirar», dice.

Hijo de un librero y de una profesora de Letras, Aquilanti en realidad respira libros desde que nació. A los 18, comenzó a trabajar en la librería porteña Fernández Blanco -de la que hoy es dueño- y un día cualquiera en la hora del almuerzo entró en Platero, otra librería de viejos, ubicada en Talcahuano 485.

«Pregunté que había de Cortázar y me hicieron pasar al sótano. Encontré Los reyes firmado por él mismo y me gasté mi aguinaldo. En la plaza Lavalle lo leí de un tirón, volví a mi trabajo temblando, ese era mi primer libro de Cortázar, la punta de lo que vendría después», recuerda.

A su llegada, el viejo Fernández Blanco lo increpó: «¿Qué estabas leyendo?» y un tímido Aquilanti le mostró su flamante libro. Con cara de pocos amigos, el jefe lo miró y dijo: «Muy bien, te felicito, ahora sos un bibliófilo». Y lo marcó de por vida.

Hoy su colección tiene 850 piezas, que en términos cuantitativos son 113 libros en primera edición incluyendo los que Cortázar hizo  con artistas plásticos u otros autores; 38 prologados por él; 27 traducidos por Cortázar y 11 vinilos con su voz, perfectamente conservados y muchos guardados en cajas a medida.

«Además, hay volúmenes con su correspondencia, entrevistas y artículos con publicaciones inéditas, poemas y ensayos. No hay nada sobre Cortázar, sino que todo es material de él», remarca y agrega: «Muchas de sus obras aparecieron por vez primera en el extranjero en diferentes idiomas, por eso son tan desconocidas».

Entre las joyas de esta colección única, hay un «mecanuscrito o manuscrito a máquina», un poemario llamado Razones de la cólera que Aquilanti compró en Suiza y lo guardó con poco entusiasmo: «Soy librero, me interesa la tinta, el papel impreso», justifica. Hasta que un día descubrió algo más sobre esas hojas a máquina abrochadas.

«El último capítulo de Salvo el crepúsculo, recuerda, es Razones de la cólera y allí Cortázar cuenta que no son poemas sueltos, sino que los escribió luego de un viaje a Buenos Aires en un mimeógrafo Gestetner que compró en 1956 un remate de la UNESCO y que abrochó pulcramente con sus propias manos».

«No podía creer lo que estaba leyendo porque yo lo tenía, era una edición hecha por él en su departamento de París. Entonces se convirtió para mí en una primera edición hecha por Julio», dice.

Entre muchas obras dedicadas de puño y letra, hay uno de los 200 ejemplares de Presencia, el primer libro de Cortázar que publicó como Julio Denis; un Final de Juego de una tirada de 600 ejemplares; y «una pieza única y fundamental» como Un elogio del tres, un libro objeto de arte cinético realizado junto a Luis Tomasello y firmado por ambos. «Hay sólo 25 en el mundo», subraya.

«Tengo la suerte de ser librero y me ofrecen muchas cosas», cuenta Aquilanti, que peregrinó por librerías de todo el mundo, desvanes, «gallineros» y ferias. «Si sos coleccionista hay métodos, hay que moverse, buscar en Internet es una gran herramienta», reconoce.

Este hombre de 44 años, metódico, ameno y con una mirada abierta y lúdica sobre su trabajo, desmonta el mito del coleccionista amarrocador, ese «capaz de vender a su madre por una pieza», porque Aquilanti siente que «completó el álbum de figuritas. El goce no es tener, es jugar. Cuando jugás, tenes que ganártelas, comprarlas o canjearlas, ese el disfrute del coleccionismo».

Para tener una dimensión de este acervo es preciso ubicarlo en el mapa. «Recientemente en la Universidad de Poitiers, en Francia, fui a una charla y exhibieron un planisferio con los lugares con cosas importantes de Cortázar y estaban las universidades de Poitiers, Priceton y Austin, la Biblioteca de París y la Nacional y este sótano. Fue gracioso, pero también asusta. Esto era una cosa mía y seguramente va a quedar en una institución».

Mezcla de bibliófilo y coleccionista, un cronopio que ama los libros en sí mismos, Aquilanti viene a llenar un hueco en la historia de los libros con una bibliografía completa en la que sobrevuela la idea de «que la colección perdure, se encauce, tenga su consecuencia y sea un aporte para estudiar a un autor fundamental de la literatura».

Además, prestará su colección para exhibirla desde junio y hasta septiembre en el Museo de la Lengua y El Libro (Las Heras 2555) donde mostrará lo más representativo y lo más desconocido de la obra de este autor que en 2014 y, a propósito del centenario de su nacimiento, será homenajeado por doquier.

«¿Qué significa Cortázar para usted?» «Él nunca se creyó más que nadie, pero trabajó para ser quien fue. Escribió un poema sobre el Che Guevara que dice: «Yo tuve un amigo»; bueno, él a mí no me conoció, pero yo tuve un amigo», concluye el hombre con todas las figuritas.

Fuente: Télam