Un 1 de octubre de 1.950 Ana Beker, nacida en Lobería, iniciaba una verdadera proeza: partió desde Buenos Aires, a caballo, hacia Otawwa, Canadá. Llegó a Ottawa el 6 de julio de 1954, tres años, nueve meses y cinco días después de prometerse algo a sí misma. «La amazona de las Américas», tal como se la denominó, luchó contra los prejuicios de la época, reivindicando el rol de la mujer y mostrando su capacidad.
Nació el 16 de noviembre de 1916 en Lobería (Provincia de Buenos Aires), siendo sus padres campesinos emigrados de Letonia; con posterioridad la familia se trasladó a la localidad de Algarrobo, Partido de Villarino, donde poseían una pequeña hacienda. De niña se escapaba por las noches para dormir en los establos y asegurarse de que no le faltara nada a los caballos. Fue creciendo y se convirtió en una amazona increíble.
“¿Por qué haces lo que haces?”, le consultaron en ocasiones, y siempre la misma respuesta: “Porque una mujer puede realizar cualquier cosa que se proponga”. Fue entonces cuando comenzó a germinar la idea de su aventura más ambiciosa: viajar con dos caballos desde Argentina a Canadá, uniendo las ciudades de Buenos Aires y Ottawa. Lo más parecido que se había logrado hasta entonces fue ir de la capital argentina hasta Nueva York. Lo hizo el argentino de origen suizo Aimé Félix Tschiffely, entre 1925 y 1928.
Enamorada de los caballos y el recorrer distancias, en 1940, a sus 24 años de edad, realizó su primera “travesura” efectuando una marcha de 1.400 kilómetros, desde La Pampa hasta Luján, montando un doradillo llamado “Clavel”, la que concretó en diecinueve días. Luego, en dos caballos criollos que le hiciera facilitar el Presidente Roberto M. Ortiz (“Zorzal”, un overo azulejo, y “Ranchero”, un doradillo), recorrió durante diez meses, la geografía del mapa patrio, denominado entonces de “las catorce provincias”, acabando el mismo en 1942.
“En cierta ocasión –dice Ana Beker- fui a escuchar una conferencia del suizo Aimé Félix Tschiffely, antiguo maestro de Quilmes, quien, como se sabe, realizó la hazaña de llegar desde Buenos Aires a Nueva York con los dos caballos, Mancha y Gato, animales que se hicieron famosos después de cumplir aquella marcha. Tschiffely hizo un relato ilustrado con proyecciones de su viaje a través de veintiún mil kilómetros por los pantanos, ríos, montañas, fangales, selvas y desiertos del nuevo continente. Al terminar su exposición, me acerqué a Tschiffely, y le dije que proyectaba viajar con un caballo de silla y un carguero hasta la capital del Canadá. El me miró un momento estupefacto, y después con la sonrisa bondadosa que le era característica, expresó que si yo conseguía hacer eso, hazaña muy difícil, superaría la suya; lo que sería tanto más significativo por tratarse de una mujer. Me explicó que su raid le valió la invitación de la Sociedad Geográfica de Estados Unidos, para un relato en sesión solemne, como sólo se había hecho con el explorador Amundsen y el almirante Byrd”. Tschiffely le aconsejó que no hiciese su travesía por Bolivia, dada la cantidad de ciénegas y desiertos de su geografía, a lo que Ana respondió: “Si usted pudo pasar, yo también podré”.
¡Diez años llevaron a Ana Beker los preparativos para poder emprender su viaje a caballo a través de América! Toda un década de vencer obstáculos, incomprensiones, oposiciones.
No escatimó esfuerzos en salir a pedir apoyo económico para un viaje que le costó algo más de 50 mil pesos. Fue así que llegó hasta la propia Eva Perón a quien la impuso de su proyecto. Según sus palabras, la travesía se pudo realizar merced a que muchos gobiernos de los países por los que pasó, la ayudaron brindándole alojamiento y facilitándole la gestión.
La travesía de Ana Beker comenzó el 1º de octubre de 1950 en Buenos Aires, con el alazán malacara “Príncipe”, que le fue regalado por el polista Manuel Estrada y el alazán “Churrito”, de un criador de La Pampa, Pedro Mack, ambos caballos de siete años de edad. Tras su partida desde el mojón cero de la Plaza del Congreso, fue acompañada por una infinidad de jinetes hasta su salida de la ciudad. Y poco después se produjo un accidente que dio en el suelo con ella, por lo que fue internada en el hospital de San Fernando. Pero Ana Beker se recuperó relativamente en poco tiempo, con ánimo y con entusiasmo renovado prosiguió la marcha hacia su destino.
Entre las peripecias pasadas, Ana Becker cuenta el pedido de matrimonio de un cacique, como atraviesa sin dificultad la guerra civil en Colombia, su encuentro con un buscador de tesoros en el lago Titicaca y su escape de los cazadores de vicuñas. Vadeó tumultuosos ríos, se jugó la vida en ciénagas, despeñaderos y precipicios. Durmió al raso, en grutas y en chozas de las que huían las ratas. Vio a curanderos realizar prodigios inexplicables. Sufrió insolaciones, hambre y penurias. Las garrapatas infestaron sus caballos y realizó con ellos jornadas de hasta 77 kilómetros, lo máximo que les podía exigir. Vivió terremotos y sintió la mirada glaciar de los jaguares.
En Bolivia estuvo dos meses perdida, sin poder salir de sus montañas. Entre Costa Rica y Guatemala, la asaltaron unos bandidos. En México volvieron a asaltarla, pero ningún percance fue capaz de detener a esta valiente mujer durante los años que duró su extraordinaria aventura.
En Zumbahua, Ecuador, un tramo particularmente difícil, un cacique del lugar dispuso que fuera acompañada por uno de los indios pues el trayecto a recorrer era a campo traviesa. No obstante, sufrió un intento de violación por cinco hombres sin consecuencias debido a que logró huir a tiempo. Y a que se defendió; pero sin usar su revólver, y finalmente a que permaneció escondida en un matorral una noche muy fría. Alguien corrió a avisar al jefe indio, y éste revólver en mano, y por la fuerza de los puños hizo cierta justicia.
Finalizó su travesía el 6 de julio de 1954 cuando Ana Becker desmontó frente a la embajada argentina en Otawa en compañía de los caballos “Chiquito” y “Furia”, reemplazantes de los caballos iniciales. Sus primeras monturas murieron: “Príncipe” a consecuencia de un cólico, al ser mal alimentado en un descanso, y “Churrito”, atropellado por un camionero que se dio a la fuga. Para reemplazar al primero le llegó el tordillo blanco “Luchador” y para sustituir al otro le entregaron una yegua a la que llamó “Pobre India”. Ya en Lima, en mayo de 1951, le obsequiaron un caballo del ejército al que nombró Chiquito, donando a Luchador a un Club Hípico y luego obtuvo a Furia. En la frontera peruano-ecuatoriana entregó a Pobre India. Fueron Chiquito y Furia, dos ejemplares peruanos, sus compañeros durante el resto de la travesía. En este largo recorrido de 25.000 kilómetros, Ana Becker atravesó Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México y de Texas (Estados Unidos) volvió a partir rumbo a Nueva Orleáns, Washington, Nueva York y Montreal (Canadá) hasta llegar a Otawa, luego de emplear 3 años, 9 meses y 5 días para cubrir la distancia.
En los distintos pueblos canadienses la gente y los niños formaban en doble fila para victorearla y para contemplar su paso. Era un acontecimiento cívico popular. El día domingo, como no trabajaban, fue una multitud la que asistió a este desfile, repetido en todos los pueblos que atravesaba. La gente de las distintas ciudades o de los pueblos se daba cita espontáneamente para verla marchar por las calles de sus ciudades en su camino al norte. Hubo una transmisión por Radio Canadá desde el interior de la sede diplomática Argentina. Y los dos caballos recibieron una ración generosa de avena en cantidad superlativa, pues eran también dos héroes.
En su libro expresa: “En todos los países se me trató muy bien y fueron muchas las personas, políticos y periodistas que supieron recibirme y ayudarme. Los niños de las escuelas en innumerables localidades me esperaban y al pasar me tiraban flores, recibimiento tan sencillo como elocuente. En Méjico me esperaron muchas bandas de música con sus alegres canciones. En Nueva Orleáns me entregaron la llave de la ciudad y me nombraron ciudadana honoraria, acompañándome en casi todas las rutas de los Estados Unidos, policías montados para resguardarme del tránsito».
En la ciudad de Washington fue recibida por la señora del presidente Eisenhower, y visitó la Casa Blanca en su compañía. En Nueva York pasó por el Central Park y delante del Empire State.
Sus increíbles andanzas, con multitud de complicadas experiencias de vida, de cultura y hasta de política, quedaron reflejadas en el libro “Amazona de las Américas”, editado en 1957.
El 27 de noviembre de 1954 retornó al país a bordo del vapor Río Tercero, barco de la Flota Mercante Argentina. Con el correr de los años su salud fue empeorando y tuvo que ser internada en el Hospital Español de Lomas de Zamora, donde permaneció un tiempo, hasta que su familia, residente en Bahía Blanca, decidió trasladarla a dicha ciudad donde falleció en un geriátrico el 14 de noviembre de 1985. Sus restos fueron trasladados a Algarrobo y descansan en el cementerio de esa localidad.
En Algarrobo, localidad que la vio crecer y desarrollarse, se la recuerda con singular afecto y se ha denominando con su nombre a la plaza pública, descubriéndose en ella una placa en su memoria el 13 de diciembre de 1994. En Lobería, una calle lleva su nombre.
Fuente: revisionistas.com.ar